Luis Enrique; el terco autodidacta

GUADALAJARA.- Lo suyo es el escenario y el estudio de grabación, y desde ahí ha contribuido de manera determinante a enriquecer la música popular. Específicamente los ritmos afroantillanos. Pero esta vez salió de su “hábitat natural” para visitar la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el encuentro librero más importante en el ámbito hispánico. Pero el cantautor nicaragüense Luis Enrique no cumple esa visita como lector, sino como autor. Por eso está aquí, en la capital tapatía, para presentar su Autobiografía, que el sello HarperCollins acaba de publicar. Al respecto de éste, su primer libro, el llamado Príncipe de la salsa platicó con Excélsior, y descubrió —para sus lectores y escuchas— algunos pasajes que cree que servirán como espejo de vida a muchos inmigrantes, porque él lo fue, durante una década, en un país que lo discriminó como a millones de latinoamericanos.

En este ejercicio de memoria, el intérprete del éxito Yo no sé mañana aborda su niñez, el drama de vivir alejado de sus padres, la realidad de la guerra en su país, la tragedia de perder a su abuela en un accidente vial que él libró de milagro, de sus familias en los extremos políticos (izquierda-derecha) de una nación a punto de desbordarse debido a una azarosa y dura revolución; también de su exilio forzado en Los Ángeles, de la pasión musical que trae en las venas (es sobrino de los famosos folcloristas Mejía Godoy), de su tremenda afición desde niño por la agrupación Fania All Stars (“yo quería ser como Ray Barretto”) y hasta se da tiempo de hablar a favor de su paisano, el escritor Sergio Ramírez, cuyo gobierno, encabezado por Daniel Ortega, ha negado una felicitación por haber ganado hace tres semanas el Premio Cervantes.

EXPONER UNA VIDA

Nació en Somoto en 1962, su nombre completo es Luis Enrique Mejía López y es dueño de una prolífica carrera musical que comenzó en la segunda mitad de los 80, firmando desde entonces grandes éxitos de la salsa pop como Tú no le amas, le temes, Mi mundo y Date un chance. Ahora, a sus 55 años ha decidido escribir y publicar su Autobiografía, y no le parece “apresurado” hacerlo: “No lo siento así. Al final hay momentos para todo. Evidentemente he vivido mucho para mi edad y creo que el proceso de adultez empezó desde muy temprano. ¿Por qué? Por el divorcio de mis padres, por los problemas familiares, no tener a mi papá, no tener a mi mamá, tratar de entender aquello.

“En 2009, mi amigo Jorge Luis Piloto (compositor de Yo no sé mañana junto a Jorge Villamizar) me sugirió escribir de otra cosa que no fuera de amor; por ejemplo, escribir sobre mi faceta de inmigrante en Estados Unidos. Y, aunque yo no soy de revelar mis cosas, comenzamos a escribir (la canción titulada) Autobiografía. Y no te puedes imaginar la cantidad de latinoamericanos que han hecho suya esa canción. Estoy hablando de mi país, de mi experiencia, de haber sido un indocumentado, de cosas muy personales, y desde entonces esa canción abrió una ventanita por donde comenzó a colarse la idea de que quizás estuviera bien escribir un libro que contara mi historia para empoderar al otro; escribir sencillo, sin darle mucha vuelta y sin mucho rollo, pero escribirlo desde mi perspectiva”.

Y fue su compañera la que hace ocho años le dio el empujón definitivo para publicar la historia de su vida: “Ella me llenó de valor, porque no es fácil abrirse así. Mucha gente dice ‘exponerse’, pero yo no creo que esté exponiendo nada de mi vida, al contrario. Sí, estoy revelando cosas, pero también es un libro que de alguna manera me ha empoderado. El propósito de ayudar al otro también me está ayudando a mí. El propósito es el otro, comparto contigo; te ayudo a ti y me ayudo a mí mismo. Además, cuando ya tienes 30 años de carrera comienzas a revisar cosas y también a replantearte otras”.

Y durante un año se sumergió a darle vida al libro que hoy lo trae a México: “Fíjate que el proceso de escritura es sumamente interesante, ni lo imaginaba. Comencé escribiendo en la computadora y, cuando llegaba a ciertas cosas muy dolorosas, tenía que detenerme y respirar y a veces lo dejaba; me pasaba dos, tres días dándome vueltas y no podía seguir escribiendo. Y un día me di cuenta de que si me grababa me salía mejor. Iba a tener que reescribir y replantear cosas, pero la idea central ya estaba ahí. Aunque el proceso se me alargó mucho.

“Yo tenía que haber entregado el libro mucho antes y tuve que pedirle a la editora un poco más de tiempo, porque no estaba resultando fácil para mí. Y así fue. Le pedí a algunos amigos que me ayudaran a revisar ciertas cosas, yo no tengo experiencia haciendo esto, yo no soy escritor; esto para mí es más una crónica, nunca intenté que fuera una obra literaria”.

 

NIÑEZ Y EXTREMOS FAMILIARES

La familia materna de Luis Enrique era somocista. Militó siempre en la derecha. En cambio, su familia paterna era de izquierda, sandinista, y además a ella pertenecían músicos famosos de Nicaragua: los Mejía Godoy, creadores de éxitos folclóricos y de la llamada canción-protesta. Esa fue su cuna, una cuna arraigada entre dos bandos contrarios que estaban a punto de chocar de frente debido a la inminente guerra civil que comenzó en julio de 1979. Pero si sus abuelos y tíos eran famosos y tenían influencia determinante en la política de su país, ¿por qué tuvo que exiliarse en Estados Unidos?

Al respecto, el músico rememora: “Por un lado, la relación entre la familia de mamá y la familia de papá no existía; luego había un vínculo nada diplomático, pues la familia de mamá era derechista, la de papá era sandinista, y yo y mi hermano en medio. Terrible. Nuestra custodia la tenía la familia de mi mamá. Mi abuelo materno era diputado y, al visualizar que en 1978 lo que venía era guerra de verdad dijo: ‘Hay que sacarlos a ustedes de acá, porque la guerra viene y porque yo me voy a ir; y como yo me voy a ir y como yo soy el que tiene la custodia de ustedes, también se tienen que ir, yo no los voy a dejar aquí, ni tampoco los voy a dejar en casa de sus padres’. Y así es como esa decisión se toma; yo, por inocencia, no entendí bien cómo era lo cosa, lo único que sí me emocionaba era el hecho de que yo me iba a reencontrar con mi mamá finalmente. Felicidad total, por eso no me detuve a pensar ni a preguntar cómo era esta historia de llegar indocumentado a Estados Unidos. Yo nunca había escuchado eso, nunca me había montado en un avión. Esa decisión se tomó por mí. Si hubiese sido por mí, quizá yo me hubiera quedado en Nicaragua”.

Pero ya en territorio estadunidense, con 16 años y en calidad de ilegal las cosas no fueron tan sencillas: “Y en Los Ángeles, a comenzar de cero, a intentar introducirse en una sociedad que discrimina, que no es la tuya, que es otro idioma, otras costumbres. Para mí, los primeros dos años fueron terribles”.

 

LA SALSA, DESDE NIÑO

Pero cómo llega Luis Enrique al ámbito de la salsa, teniendo en cuenta que ese movimiento musical le “pertenecía” a los músicos puertorriqueños que vivían en Nueva York. “La época de los 60 y 70 —explica— fue invadida por (el grupo musical) Fania All Stars. Mi papá era percusionista y tocaba con muchos grupos. Todo comenzó porque yo de niño demostré una inquietud terrible con la percusión; era desgastante cómo molestaba yo con querer tocar percusión. Y vi a mi padre una vez tocar tumbadoras en mi casa. Yo tenía seis años y mi padre se fue; entonces yo jalé una silla del comedor y la fui llevando hasta donde estaba la tumbadora, me paré en la silla, comencé a darle a la tumbadora y llegó mi papá y me regañó. Eso bastó para que cuando llegara la salsa a Nicaragua a través de la radio, yo comenzara a grabar casetes con la música de la Fania. Por ahí es que comienza mi afán de aprender cómo es que se hacía esa música y de dónde venía. Fania es quien me nutre a mí constantemente ese deseo de querer aprender. Es la influencia mayor en mi vida. La música de Rubén Blades es la influencia mayor en mi vida en cuanto a la salsa se refiere. Esos primeros grandes éxitos de la Fania me volaron la cabeza. Al llegar a Estados Unidos tuve acceso inmediato a más información: tenía más discos a mi alcance, podía ver (en concierto) a Ray Barretto, a Celia Cruz, a Tito Puente, a Willie Colón. Y me doy cuenta de que necesitaba encontrar alguien que de verdad me enseñara a tocar la percusión, entonces hice que mi madre me comprara una tumbadora. Comencé a indagar, a buscar quién me podía dar clases y todo el mundo comenzó a decirme que no porque yo era nicaragüense y porque era blanquito”.

Pero lejos de desanimarlo, esa discriminación le sirvió como acicate: “Yo voy a aprender esta movida escuchando, viendo y preguntando, es la única manera, porque nadie se va a sentar a enseñarme y así fue. Me convertí en un terco autodidacta. Y es que era vicio, yo no tenía vida, no hacía deporte, no iba a bailar con una chica. Todo el día estaba metido en mi habitación escuchando todo lo de Cuba y todo lo de Fania, intentando aprender”.

Luego de probar suerte aquí y allá, picando piedra con su tumbadora en Los Ángeles, San Francisco o Miami, Luis Enrique tuvo la oportunidad de viajar a Puerto Rico. Y justo ahí nació el cantante. Así lo recuerda: “En 1988 la casa disquera que me iba a firmar, cuando yo todavía estaba tramitando mis papeles de estancia legal en EU, me dijo que, si quería triunfar en la música salsa, debía irme a Puerto Rico. Y me di cuenta de que sí podía funcionar, y ya una vez allá me lancé al ruedo sin tener mayor experiencia, pero sí talento y una fuerte raíz musical. Eso fue lo que a la gente le sorprendió. Estéticamente no era el típico salsero, pero además, cuando me quitaba del micrófono y me sentaba en la timba, iban a pasar cosas. Eso fue lo que a mí me salvó. Por eso digo que la percusión es algo que se dio desde Nicaragua, la salsa es algo que se dio desde Nicaragua. Ahí venía todo cocinándose”.

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